martes, 4 de marzo de 2008

El niño cabeza de televisor

En la quinta avenida de Nueva York, todos los viernes al final de la tarde, en plena calle, se presentaba el show más exitoso de la temporada. Un hombre llamado Samuel, con gran emoción, anunciaba al niño cabeza de televisor. Entonces un flacucho muchachito surgía caminando desde una esquina, con los pantalones cortos de todas las anteriores semanas, la franelita azul que se quedó pequeña mientras él crecía y la cabeza dentro de un televisor de 19 pulgadas, que siempre estaba apagado. Los transeúntes detenían su desaforado paso y se aglutinaban en largos círculos especialmente coordinados para presenciar con orden y civilidad el espectáculo. Mujeres, hombres y niños se olvidaban de las tensiones que les dejara la rutina y reían con cierto salvajismo, al observar el show: el niño con cabeza de televisión permanecía sentado, muy quieto, en una sillita de madera; al lado, el sujeto asumía el rol de un ordinario presentador, “Hace dos años éste travieso jovencito derribó la mesa que sostenía el televisor de su casa, y como si de un milagro se tratara, el aparato rebotó contra el suelo y cayó sobre su cabeza. Desde entonces me acompaña en la digna misión de entregar felicidad a los demás a cambio de nuestra propia desdicha.”
El último viernes del mes de mayo del año 2003, cuando Samuel terminó de contar la historia, el público calló durante cinco minutos y se humedecieron los ojos de más de uno. El conductor del evento bajó la cabeza, tragó saliva con dificultad, revisó entre los materiales de trabajo que guardaba en una maleta, sacó un sombrero viejo y, aún con la mirada perdida hacia el suelo, caminó por los círculos humanos que lo esperaban con las manos extendidas llenas de monedas. Pero, antes de que Samuel cobrara, al final de aquel día, un curioso le preguntó con tono de obstinación “¿Cuál es la identidad de ese niño..?” Enseguida los espectadores abrieron los ojos con profundo terror, soltaron las monedas y salieron corriendo con los brazos y las piernas abiertas en señal de dispersión. El curioso quedó solo frente a la rabiosa y desafiante mirada de Samuel; el niño permaneció en su asiento, cargando con perfecto equilibrio el televisor. Los dos hombres avanzaron uno hacia el otro, ninguno expresó temor, por el contrario, en cada paso había un claro desafío. Cuando estuvieron a menos de tres centímetros de distancia, Samuel cerró los ojos, estrelló su furia interna contra su rival, metió la mano derecha en el bolsillo del mismo lado de su chaqueta, extrajo un revólver, dirigió el cañón hacia el frente y apretó el gatillo tres veces sin compasión.
Cuentan quienes pudieron observar desde las ventanas, que cuando caía la noche el hombre y el niño partieron con la misma calma de cualquier artista que ha terminado su función. El cadáver quedó en el suelo, sin poder escuchar que la respuesta a su pregunta era gritada por Samuel desde la lejanía, “Este valiente mocoso que los hace reír a todos dejó de ser mi hijo hace dos años cuando se convirtió en el niño cabeza de televisor.”

*Este relato de Edgar Borges viene incluído en el Libro El vuelo de Caín y otros relatos, publicado en España por Editorial Grupo Buho. www.grupobuho.com y en Venezuela por www.comala.com .

No hay comentarios: